viernes, 27 de enero de 2012

Capitulo 2, Parte 3


El ruido en la estación no ayudaba a calmar el dolor de cabeza del todo, aunque si había disminuido el dolor tras ingerir el caldo de la señora. Por lo que me había contado Adrian, al descender del tren, le dejaron una de las salas pequeñas para que descansase, y esa señora, le propuso ofrecerme un caldo para que me encontrase mejor. El dice que no sabe de dónde salió la señora, pero que le dio tan buena espina que no pudo negar su ayuda.
Una vez salido de la sala de espera pequeña, tenía clara mi dirección, cogí el teléfono de la esquina, metí el dinero, marque el número y me tape el oído contrario con la otra mano.

-          Hola, ¿Quién es? –   Contesto una voz muy dulce.
-          Mollie, Mollie cariño, ¿esta John? –  Pregunte ansioso, no tenía mucho tiempo y tenía que hablar rápido. –  Dile que se ponga por favor.
-          Vale.- Me contesto, y me envió un beso por el teléfono.
Mientras yo hablaba por teléfono, Adrian se había dirigido a las taquillas para comprar dos billetes de vuelta. Le había perdido de vista entre la muchedumbre, pero el sabia donde estaba asique lo esperare aquí.

-          ¿Quién? – Pregunto una voz más ruda que la anterior. –  Jagoba, ¿eres tú?
-          John, si soy yo. Escúchame, no tengo mucho tiempo.- Intentaba que mi voz no sonase muy alarmante, para que no se pusiese nervioso, pero creo que no lo estaba consiguiendo. –  A ver, hemos tenido unos pequeños contratiempos, pero no son graves, lo único que nos ha hecho retrasarnos un par de horas, y que llegaremos mas tarde.
-          Papa no está en casa aun. – Me contesto John, que había entendido lo que quería decirle sin problema. –  Le diré que andáis tarde y que te quedas en casa de Adrian a dormir. – Mire el reloj, y me di cuenta de que ya estaba oscureciendo, por lo que la excusa de John quedaría perfecta. – ¿Pero estáis bien? ¿Qué ha pasado?¿Es grave?
-          Tranquilo John, estamos bien, no pasa nada grave, estate tranquilo. – No iba a decirle que me había dado una crisis por teléfono, no quería preocuparle, ya hablaría con el mañana. – John, tengo que dejarte, estate tranquilo, ¿vale?
-          Adiós hermano, cuídate. – y colgó.

Espere a Adrian en los telefonillos. El billete de vuelta no estaba programado hasta dos horas después, por lo que salimos con calma, y nos dirigimos al cementerio.
Estaba nervioso, mucho, por lo que agarre la mano de Adrian mientras salíamos de la puerta. El me miro, se rio, y me echo la otra mano por el cuello.
Así me sentía más cómodo,  estaba más tranquilo, sabía que tenía a alguien conmigo.
El dolor de cabeza iba bajando. En la calle hacia frio, un frio helador. Me pegue a Adrian, me recoloque la bufanda y nos pusimos dirección al cementerio.

domingo, 22 de enero de 2012

Nota del escritor

"El poder de Jovi" comenzo como una manera de cumplir un sueño.
Mi sueño siempre ha sido que alguien se interese por lo que yo hago, que gaste su tiempo en leer lo que yo he escrito, y sobretodo, que le guste lo que escribo.

Todo en lo escribo tiene un sentido personal para mi. Desde la tumba, el tren, el cuenco de caldo; hasta la señora o Adrian. Todo. Ultimamente, todas esas cosas estan empezando a perder su significado para mi, hasta el punto de que me haga replantearme su papel en la historia.
Si empiezo algo quiero acabarlo bien. Tengo claro como va a ir todo esto, y no quiero cagarla por un calenton momentaneo, porque realmente me gusta lo que escribo y quiero terminar esta historia bien, como lo tenia pensado.


Por eso, he decidido no escribir mas en un tiempo. No quiero que penseis que voy a dejar esto de lado, solamente tendremos un pequeño paron, pero volvere a escribir, lo juro, porque mientras haya una sola persona que quiera seguir leyendo, y que se sienta interesado en mi historia; esto tendra sentido.



MUCHAS GRACIAS A TODOS LOS QUE OS HABEIS PARADO DURANTE ESTE TIEMPO A LEER MI BLOG, DE VERDAD, ME HABEIS ECHO FELICES UNOS DIAS TRISTES.
GRACIAS.

sábado, 21 de enero de 2012

Capitulo 2, parte 2


Me ha costado un tiempo reincorporarme y abrir los ojos. Adrian no está solo, le acompaña una señora. Me está contando lo que paso en el tren, que me desmaye, que empezó a gritar y que el resto del vagón le tuvo que ayudar a sujetarme y hacerme tragar la pastilla. Me está contando todo, como me bajo del tren, que le dijeron… pero no le estoy haciendo caso. La señora de detrás suyo me llama la atención. Tiene un gesto de despreocupada, mira al horizonte. Es una señora mayor, rondara los ochenta años.
Esta nerviosa, y tiembla. Pero no por el frio, va muy abrigada y la temperatura dentro de donde estemos no es tan baja como para estar tiritando. Sera por la edad. No se quien es, ni que hace aquí, pero hay algo que me llama la atención en ella. En su cara, en sus arrugas, ahí está, es como una mancha, la piel parece carcomida, esta ennegrecida, da aspecto a quemado. Pero no es una quemadura normal, no. Me suena mucho esa quemadura. Creo que se la vi a mi madre en alguno de sus libros, porque me suena mucho. Era sin duda, resultado de un arma nuclear.
Le ocupa el espacio del pómulo izquierdo, y parte del ojo, la que no puede abrir. Dudo que sea algo hereditario, como mis crisis, pues las secuelas físicas raramente se reproducen hereditariamente. Probablemente, será a causa de una antigua mina nuclear, algo que no se disparo durante la guerra, y que salto contra ella.
Eso era contra lo que luchaba mi madre. Ella trabajaba para limpiar el país de restos de bombas. Había sido una afamada doctora, con amplios conocimientos sobre el mundo nuclear y como curarlo, pero cansada de ver llegar a su consulta pacientes que sufrían algún tipo de problema, decidió poner remedio ella misma, y pasar a primera línea de acción, ayudando a limpiar de esos artilugios aun no explotados. Era muy buena, hasta que un día, trabajando en una cueva, mientras buscaban aun restos que quedasen allí, la cueva cedió tras un deslizamiento, y mi madre murió allí. A mi madre la dieron un  título póstumo por labores a la sociedad, así como un dieron a fondo perdido por los daños ocasionados. Mi padre utilizo ese fondo para mudarnos a otra casa en otra ciudad, y dejar en la antigua todos los recuerdos. Al igual que no había visitado la tumba, tampoco había vuelto a la otra casa.
Ahora, al ver a esa mujer, sentía mucha rabia interna, pues mi madre había muerto ayudando a gente con los mismos problemas que ella; pero por otro lado, se que si ella fue capaz de dar la vida, por intentar que la gente no acabase como esta anciana, es porque esta anciana había pasado una vida muy difícil. La mire, y sin dudarlo agarre lo que me ofrecía con la mano, casi sin mirarlo. Era un cuenco, con un líquido, que desprendía un olor a verdura bastante apetecible.
Tenía bastante hambre, las crisis quemaban, literalmente, todo el alimento que había dentro de mí, asique ahora tenía al tripa completamente vacía, y ese caldo caliente era al solución para llenar mi estomago. Adrian ya no hablaba, solo contemplaba el momento de contacto entre nuestros ojos. Como su mirada se clavo en mi, tras unos instantes de tensión, me dedico una pequeña sonrisa.
No espero a que acabase, una vez tuve el cuenco en las manos, la mujer se dio la vuelta, y le dedico otra tímida sonrisa a Adrian, antes de salir por la puerta. Esa pequeña sonrisa me dio vida. Adrian retomo su discurso de cómo había pasado todo después de mi crisis, pero yo seguía sin hacerle caso. El dolor de mi cabeza cesaba al ritmo que yo me tomaba el caldo de la señora; y mientras pensaba en lo que habría sufrido esa anciana por tener la cara corroída, y en las pocas veces que habría lucido esa pequeña sonrisa. Solo un comentario de Adrian logro evadirme de mis pensamientos, y recordarme porque estaba aquí.

-          He preguntado, y ya se el camino más corto para ir al cementerio.- Hizo una pausa y clavo sus ojos en mi. Apoyo una mano en mi rodilla, y continuo sonriendo.- Ya vas a poder visitar la tumba de tu madre.

domingo, 15 de enero de 2012

Capitulo 2, parte 1


El dolor de la cabeza era muy fuerte, no lo recordaba tanto.
Ahora mismo no sé donde estoy, no tengo ni idea. No contaba con la idea de que me diese una crisis. Siempre llevaba una píldora de la medicación encima, y Adrian sabía que tenía que tomarla si entraba en una crisis. Mi padre se obligo a explicárselo un día, por si me pasaba por la calle o mientras estaba con él. Me había obligado a tragar la píldora, que era lo que sabía que tenía que hacer, ¿Pero que más habría hecho? ¿Dónde estoy ahora?
No sé si me ha llevado a un hospital, si aviso a mi padre o llegamos al pueblo. Sé que no estoy en un tren, estoy estático. Intento moverme un poco, y gracias a ello descubro que estoy tumbado, en un sitio, que no es muy cómodo precisamente. Descarto la idea de estar en un hospital, porque estaría en una cama, por lo que supongo que llegaríamos a la estación y no nos habríamos movido aun. No puedo abrir los ojos aun, tendría que abrirlos poco a poco, porque el contacto con la luz podría hacer que me doliera aun más, asique utilizo mis manos para intentar reconocer donde estoy.
Efectivamente, estoy tumbado encima de unos asientos de plástico, los que hay en toda estación. También he descubierto que estoy tapado por la chaqueta de Adrian, que por cierto, no sé donde esta, porque no le he conseguido tocar, y no lo oigo respirar.
La cabeza me sigue dando vueltas, el dolor es muy fuerte, pero llevo unos 20 minutos consciente y creo que ya va siendo hora de abrir los ojos. Lo hago poco a poco.
Recuerdo aun como sufría estos ataques hace años. Fueron muy comunes durante los años de la muerte de mi madre, pero antes de eso también me dieron de pequeño.
Mis crisis venían de un antiguo virus. Al parecer y según me conto mi madre, ese virus fue muy usado durante la 3ª Guerra Mundial. Era un virus que causaba una muerte dolorosa, pero muy lenta, por lo que no era usada en primera línea de batalla, era más usado en torturas. La muerte era muy dolorosa, lenta, y podría curarse, por lo que era perfecto para torturas e interrogatorios.
Al parecer, el abuelo de mi madre había sido torturado con este virus, y aunque consiguió huir, aun quedaron pequeños rescoldos del virus en él, y desgraciadamente era hereditario. En mi familia era la única persona que lo sufría. Bueno, mi tía Lourdes también la sufría, mi padre decía que esa enfermedad había sido una de las causantes de su locura. Ahora mismo estaba recluida en un hospital donde trataban problemas mentales, y la íbamos a visitar una vez al año. La tenía especial cariño, pues era una de las pocas familiares de mi madre que quedaban con vida.
 Mi madre había creado un remedio antes de morir, que yo tomaba durante mis crisis. Era la pastilla que me había dado Adrian. Aunque cesaba el calor, no quitaba el dolor de cabeza de golpe. Cuando me daban aquellas crisis de más pequeño solía estar una semana en cama, cuidándome, pues el dolor de cabeza era bastante fuerte y le costaba irse. Hoy no tenía ese tiempo, tenía que ponerme en pie ya, visitar la tumba de mi madre, y volver a casa.
No sé cuánto tiempo llevo aquí tumbado, pero seguro que demasiado.
Tengo que ponerme en pie, pero aun no puedo abrir los ojos.
Oigo algo que me alegra, un murmullo, a gente hablar. Siento una alegría en el cuerpo, porque creo reconocer la voz de Adrian. Me muevo en el sitio, para hacer ruido y reclamar su atención. Se ha dado cuenta. Noto que anda hacia mí, con cierta velocidad. Se ha agachado a mi lado, y me susurra al oído:

     - Jagoba, ¿estas bien? Tranquilo, relájate, ya esta todo bien, te pondrás bien. Hemos llegado, estamos en El Valle de Abarruvea.

martes, 10 de enero de 2012

Capitulo 1, parte final.


Los celos de Marco no eran para nada cosa que me preocupasen, estaba acostumbrado. Solía tener celos de todo.  Pero con Adrian era una obsesión. Iba a pensar en qué pensaría ahora, si me viese agarrando sus manos, con la cabeza apoyada en mi hombro y durmiendo, pero tenía cosas más importantes en las que pensar.

A través del cristal, bajo aquella leve niebla, se podía ver sin problemas, allí estaba, aquel pueblo, mi destino.

Verlo por los cristales me estaba haciendo sentir escalofríos. Desde que murió mi madre no había vuelto, y el verlo ahora me estaba poniendo nervioso. Cada vez aprieto la mano de Adrian con más fuerza. Tengo calor, mucho. Estoy sudando. No puedo calmarme, no puedo parar, estoy muy nervioso. No puedo respirar bien, me ahogo. Intento gritarle a Adrian, decirle que no quiero ir, que quiero volver, pero no puedo gritar. El calor que siento aumenta cada vez más, es un calor muy extraño, me arde todo el cuerpo. Ya no tengo la cabeza de Adrian sobre el hombro, y ahora es él el que me agarra las manos fuertemente, lo noto. Seguro que me está dando apoyo, diciéndome que me calme, pero no le oigo. Tampoco le veo, no puedo abrir los ojos. Creo que estoy teniendo convulsiones, pero no estoy seguro, mi mente está en blanco, y yo no controlo mi cuerpo. Me parece oír un murmullo generalizado a mí alrededor, pero tampoco lo tengo claro.

Ya no hay nada más que este fuego dentro de mí, ese calor sofocante. Quiero sacármelo de dentro, quiero liberarme, pero no puedo, no sé si grito, pero lo intento. Mis respiraciones son entrecortadas, como si tuviese un ataque de asma. Pero lo más doloroso es ese calor. No había ni rastro de aquel día invernal. Era un calor inaguantable, me estoy quemando por dentro.

De repente noto una mano helada dentro de mi chaqueta. Está buscando algo por los bolsillos, desesperadamente. En un pequeño descuido, su mano desnuda roza mi piel. Ahora si que estoy seguro de que he gritado. Esa mano era puro hielo. El contacto de otra mano con mi ardiente cuerpo me ha producido un dolor increíble. Noto mas manos sujetándome, creo que me están inmovilizando. Por lo menos estas son manos cubiertas y no duelen al contacto. La mano helada que buscaba algo dentro de mí ahora sujetaba mi boca. Parece que ya ha encontrado lo que quiere, y ahora me intenta hacer tragar. Yo quiero tragar, quiero que esa mano deje de tocarme, porque el dolor que me produce es inmenso. Pero yo no controlo mi cuerpo, y este hace todo lo que puede para intentar evitar que me trague lo que esa mano me esta dando. Están haciendo falta muchas manos para que yo me trague lo que me quieren dar.
Todas las manos que me sujetan se sueltan al momento en el que yo trago. Estoy libre. Pero ya no grito, el dolor va cesando. Solo hay una mano que me toca, que me hace una caricia en la mejilla, y que agarra mis manos con fuerza.

De nuevo el me había salvado. Se había acordado a la perfección de lo que le dije.

Otra acción mas que sumar a la lista de cosas que le debo a Adrian.