sábado, 21 de enero de 2012

Capitulo 2, parte 2


Me ha costado un tiempo reincorporarme y abrir los ojos. Adrian no está solo, le acompaña una señora. Me está contando lo que paso en el tren, que me desmaye, que empezó a gritar y que el resto del vagón le tuvo que ayudar a sujetarme y hacerme tragar la pastilla. Me está contando todo, como me bajo del tren, que le dijeron… pero no le estoy haciendo caso. La señora de detrás suyo me llama la atención. Tiene un gesto de despreocupada, mira al horizonte. Es una señora mayor, rondara los ochenta años.
Esta nerviosa, y tiembla. Pero no por el frio, va muy abrigada y la temperatura dentro de donde estemos no es tan baja como para estar tiritando. Sera por la edad. No se quien es, ni que hace aquí, pero hay algo que me llama la atención en ella. En su cara, en sus arrugas, ahí está, es como una mancha, la piel parece carcomida, esta ennegrecida, da aspecto a quemado. Pero no es una quemadura normal, no. Me suena mucho esa quemadura. Creo que se la vi a mi madre en alguno de sus libros, porque me suena mucho. Era sin duda, resultado de un arma nuclear.
Le ocupa el espacio del pómulo izquierdo, y parte del ojo, la que no puede abrir. Dudo que sea algo hereditario, como mis crisis, pues las secuelas físicas raramente se reproducen hereditariamente. Probablemente, será a causa de una antigua mina nuclear, algo que no se disparo durante la guerra, y que salto contra ella.
Eso era contra lo que luchaba mi madre. Ella trabajaba para limpiar el país de restos de bombas. Había sido una afamada doctora, con amplios conocimientos sobre el mundo nuclear y como curarlo, pero cansada de ver llegar a su consulta pacientes que sufrían algún tipo de problema, decidió poner remedio ella misma, y pasar a primera línea de acción, ayudando a limpiar de esos artilugios aun no explotados. Era muy buena, hasta que un día, trabajando en una cueva, mientras buscaban aun restos que quedasen allí, la cueva cedió tras un deslizamiento, y mi madre murió allí. A mi madre la dieron un  título póstumo por labores a la sociedad, así como un dieron a fondo perdido por los daños ocasionados. Mi padre utilizo ese fondo para mudarnos a otra casa en otra ciudad, y dejar en la antigua todos los recuerdos. Al igual que no había visitado la tumba, tampoco había vuelto a la otra casa.
Ahora, al ver a esa mujer, sentía mucha rabia interna, pues mi madre había muerto ayudando a gente con los mismos problemas que ella; pero por otro lado, se que si ella fue capaz de dar la vida, por intentar que la gente no acabase como esta anciana, es porque esta anciana había pasado una vida muy difícil. La mire, y sin dudarlo agarre lo que me ofrecía con la mano, casi sin mirarlo. Era un cuenco, con un líquido, que desprendía un olor a verdura bastante apetecible.
Tenía bastante hambre, las crisis quemaban, literalmente, todo el alimento que había dentro de mí, asique ahora tenía al tripa completamente vacía, y ese caldo caliente era al solución para llenar mi estomago. Adrian ya no hablaba, solo contemplaba el momento de contacto entre nuestros ojos. Como su mirada se clavo en mi, tras unos instantes de tensión, me dedico una pequeña sonrisa.
No espero a que acabase, una vez tuve el cuenco en las manos, la mujer se dio la vuelta, y le dedico otra tímida sonrisa a Adrian, antes de salir por la puerta. Esa pequeña sonrisa me dio vida. Adrian retomo su discurso de cómo había pasado todo después de mi crisis, pero yo seguía sin hacerle caso. El dolor de mi cabeza cesaba al ritmo que yo me tomaba el caldo de la señora; y mientras pensaba en lo que habría sufrido esa anciana por tener la cara corroída, y en las pocas veces que habría lucido esa pequeña sonrisa. Solo un comentario de Adrian logro evadirme de mis pensamientos, y recordarme porque estaba aquí.

-          He preguntado, y ya se el camino más corto para ir al cementerio.- Hizo una pausa y clavo sus ojos en mi. Apoyo una mano en mi rodilla, y continuo sonriendo.- Ya vas a poder visitar la tumba de tu madre.

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